martes, 18 de enero de 2011

Sabana Explosiva

Nuestra nueva ciudad, Ondjiva, se encuentro en el centro de Sabana: Baobabs, acacias, ngongueiros, gnombiceiros e inbondeiros pueblan la zona…que ahora, en época de lluvias están rodeados de un verde infinito y de frecuentes charcas con flores acuáticas. Un paisaje idílico. Difícil resistir la tentación de adentrarse por alguno de los múltiples senderos que se asoman a la carretera y que parecen conducir al origen de los tiempos.
Repelente en ristre, ropa de explorador de pacotilla recientemente adquirida en Capitán Mandioca o similar, botas altas, teléfono satélite conectado y uno de los perros a cada lado a modo de barrera natural.

Las instrucciones eran claras: Adentrarse sin problema (en este país no quedan muchos animales salvajes que puedan devorarle a uno en un descuido) pero NUNCA SALIRSE DEL SENDERO DE BALDOSAS AMARILLAS!!!, perdón, de tierra (Dorothy hace tiempo que salió de Oz).

Tras 30 años de guerra, este país está sembrado de minas y otras lindezas que aún, 10 años después del fin de la guerra, siguen causando frecuentes accidentes.

Con esta consigna en la cabeza y disciplinados como soldados comenzamos nuestro paseo.
Maravilloso, el silencio, la soledad infinita, el canto de un pájaro exótico al atardecer, las nubes rojas desgarradas, blalballbalba (podéis seguir añadiendo tópicos en plan Memorias de África a vuestro antojo).

Y a lo lejos, entre los arbustos, asomaba un precioso kimbo (poblado) de madera y paja, circular, con no más de ocho cabañas.

Evidentemente no podíamos dejar pasar la oportunidad de acercarnos para intentar hablar con sus gentes y conocer un poco mejor su cultura.
Pero con lo que no podíamos contar es que tras las lluvias, gran parte de los senderos que llevaban al poblado estaban anegados y otra parte cubiertos de hierba, lo que dificultaba seguir el rastro muchas veces.

Parálisis.

¿Dónde está el sendero?
La única opción para poder seguir avanzando era buscar huellas de ganado o humanas y seguirlas.

Tarea difícil.

Afortunadamente vimos que dos jóvenes venían caminando desde el poblado, y decidimos que lo mejor sería abordarles para despejar todo atisbo de duda sobre materiales explosivos en la zona.


Primera decepción: no venían con taparrabos, ni colgantes de dientes de pantera, ni siquiera llevaban lanzas o pinturas tribales. Su atuendo era: Camiseta XXL, colgante de rapero dorado con diamantes, gorra de béisbol.

Segunda decepción: Apenas hablaban portugués
Por lo que el diálogo quedó reducido a:
-         Buenos días. Perdón, sabéis si hay minas por esta zona?
-         ¿?
-         Sí, minas, boom, Bombas
Un chico al otro
-         Kañamamukañama BOMBA gnñama BOMBA
A nosotros
- ¿No sé? ¿No problema?

¡Tanta seguridad abruma!
¿Quién en su sano juicio se fiaría de una “respuesta” tan categórica?

Miradas de extrañeza. Los chicos siguen su camino y mientras se alejan oímos que siguen diciendo:

- Kañamamukañama BOMBA gnñama BOMBA
- Ñamam BOMBA

Me parecía que de un momento a otro iba a salir King África de detrás de un arbusto y que los raperos le harían la coreografía.

Y es que la globalización es lo que tiene…que nunca es equilibrada ni lógica.

Descubriendo un Kimbo
Así que decidimos seguir el rastro de nuestros latin kinks de la Sabana para llegar al ansiado kimbo, donde afortunadamente la abuela del lugar (35 años aproximadamente, y ropas tradicionales) nos respondió en perfecto portugués dándonos detalles de la zona y tranquilizándonos.
Al hamd lillah, volvimos sanos y salvos a nuestra casita

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