viernes, 28 de enero de 2011

Luz que agoniza

Oooommmmmmmmm. OOOommmmmmmmm
Inspira, respira, inspira, respira, busca un punto de paaaaazzzzzzzzz.

He preferido comenzar esta crónica con un poco de yoga y relajación, pues de lo contrario sólo habría imprecado, insultado y maldecido en castellano, portugués y kuanhama coloquial.

Hace tres días ocurrió un percance que ha sido el detonante de una serie de consecuencias absurdas que se han sumado al ya reinante y todopoderoso caos que nos rodea.

Estábamos tranquilamente cenando frente al ordenador (no tenemos tele, vemos pelis en la pantallita del portátil) cuando el ya clásico bailoteo energético empezó a adquirir un ritmo frenético de subidas y bajadas de tensión, hasta que evidentemente, en una alarde de innovación, se fue la luz, para no volver.

Oh, qué romántico, la luz de las velas junto a la mosquitera, que dan ese aire decimonónico al ambiente. Vayamos a dormir que mañana será otro día y seguro que a lo largo de la noche vuelve la electricidad.

Pero al día siguiente la corriente seguía sin venir…

1ª consecuencia catastrófica: Los 10 kg de carne que tanto nos había costado encontrar se fundían lentamente en el congelador. Casi podía escuchar las risas de los filetes, la gran juerga en la nevera al calor ambiental. Los mangos bailando, la carne dando palmas, la cebolla solitaria haciendo un strip tease…
Rabia.
Como vuelva la luz os vais a enterar. A la mierda con la cadena del frío inquebrantable! Os recongelo!
Total, estoy segura que desde que ese pedazo de ternera salió de Sudáfrica la cadena se ha roto 200 veces y nos va a caer una de esas maldiciones de Internet, y nuestros deseos nunca se cumplirán, y la niña aquejada del mal de svarowsy se desintegrará en mil pedazos, y Bill Gates nunca vendrá a mi puerta a regalarme un ordenador y 5 millones de dólares…

2ª Consecuencia fatal: Nos quedamos sin agua, ya que ésta se bombea desde el pozo del terreno, y la bomba funciona con ELECTRICIDAD! Bueno, habrá que ducharse para variar con cacitos de las botellas de reserva. Eso sí, lo de regar mis verduritas que tan previsoramente había plantado tendrá que esperar y lavarme la melena…también.

3ª consecuencia alimenticia: no podemos cocinar ya que las placas son eléctricas. Mejor dicho, hay dos eléctricas, y dos de gas pero dado que las bombonas de gas son una de las mafias más fuertes del lugar hay que pagar precios desorbitados a los butaneros que se quedan con las bombonas que trae el distribuidor y sólo se las venden a los elegidos, entre los que nosotros, evidentemente, no nos encontramos.

4ª consecuencia: Las subidas eléctricas fueron tan fuertes que en uno de sus arranques pasionales se cargaron el horno, una bomba de agua, 3 impresoras del cole, ocho aparatos de aire acondicionado y de paso el cable general que distribuye la luz entre el colegio y la casa.
Veredicto del electricista: Hay que cambiar todo el cableado…pero claro, mi jefe, que está en Lubango (400 km de pista) no sé cuando podrá venir…
-          Alma cándida, háganos un apaño que podamos encender algo.

Mientras este hombre trabaja lo mejor será que vayamos al centro a intentar desayunar algo.

El desayunar, o matabichar como dicen en esta tierra, es un concepto de lo más polivalente y que refleja cuan variado es el mundo en las tendencias gastronómicas matutinas del personal:
En el primer bar al que nos dirigimos:

-          Buenos días señorita. ¿Tienen algo para matabichar?
-          Sopa

Vaya, no sé si a las 9 de la mañana con 35º es lo que más me apetece…
Probemos en otro lugar. Vamos al bar de la esquina con obreros

-          Buenos días caballero. ¿Podemos matabichar?
-          Pues hay cerveza, sprite, sopa

Mejor seguimos intentándolo.
Ese “restaurante” con terraza tiene mejor pinta.

-          Buenos días, ¿podemos matabichar?
-          Por supuesto señores. Siéntense
-          Gracias, gracias ¿qué tienen?
-          Tenemos codornices, lubina, solomillo...
(me pregunto dónde lo consiguen)
-          ¿Y café?
-          ¿cómo? ¿café? No, eso no.

Finalmente optamos por unos huevos, salchichas, coca cola, fanta de naranja, y una subida de azúcar y colesterol instantánea como el Nescafé.

Dos días después seguimos bajo mínimos y el panorama desalienta:

  • Hay 5 electricistas en el jardín alrededor de un cable. Lo miran y remiran como si fuera una serpiente pitón, sin atreverse a tocarlo. Y mejor que no lo toquen, porque cada vez que lo hacen explota algún aparato.
  • Escucho las castañuelas que salen del congelador de cuatro estrellas. Seguro que ahí dentro tienen hasta sauna con jacuzzi.
  • Mi aparato digestivo empieza a sucumbir ante mis primeros pinitos con la restauración local y puedo escuchar los quejidos débiles de mi estómago que por pudor y ante la falta de agua en el baño no se atreve a expresarse con toda su crudeza.
  • Mi otrora lustrosa melena empieza a parecer un estropajo polvoriento y me planteo seriamente comprarme pelucas de plástico siguiendo la moda local.

Pero no todo es negro!. Nos han puesto una nueva conexión a Internet!…pena que no me quede batería en el ordenador.


Luz que agoniza sobre el río Cunene


1 comentario:

  1. Pero qué bien que te hayas decidido por el blog!!! podrán las precarias comunicaciones angoleñas con el peso de tanta experiencia viajera?
    Un abrazo enorme. Se te echa muchisimo de menos!

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