miércoles, 16 de marzo de 2011

Salto a la "civilización"

Estas breves líneas las escribo desde el torbellino de la “civilización”, rodeada de asfalto, fibras ópticas, wifis, escaparates, fast foodes, madrileños.

Tras casi tres meses de apacible escasez, se hacía necesaria una pequeña dosis de capitalismo salvaje para mantener equilibrados los niveles de consumismo que nuestro organismo europeito requiere para su correcto funcionamiento y para que el tratamiento de desintoxicación al que le estoy sometido siga con éxito.

A mi paso por el aeropuerto de Luanda, parada obligatoria que conecta el Cu do Mundo con el ombligo del mismo, junto a la estera rodante de equipajes, se amontonaban unas 100 mujeres que venían de una feria rural en el norte de Angola.

Cuando la estera comenzó con su traqueteo, marcado por un ritmo frenético y desacompasado, las maletas y cestos empezaron a aparecer a trompicones cayendo en muchas ocasiones hacia los lados. En pocos segundos los atillos que tan cuidadosamente habían preparado las mujeres, empezaron a romperse y su frutal contenido a desparramarse.

La estera comenzó a aparecer sembrada de piñas, mangos, papayas maduras y un sinfín de frutas sin dueño que la gente no dudó en intentar cazar al paso de la estera.

Aquello parecía una bacanal aeroportuaria con toques de atracción de feria: al niño y la niña, la fruta pepona para el que la cace de broma.

Los agentes de seguridad intentaban llamar al orden a humanos y frutas, sin éxito en ningún caso, mientras un aroma dulzón empezaba a impregnar la anodina sala.

La llegada a Madrid evidentemente ha carecido de esos toques de realismo mágico, y se ha caracterizado por un perfecto y aséptico funcionamiento: todas las maletitas de tonos grises han salido perfectamente alineadas, lo que no ha impedido las quejas y resoplidos de los viajeros que tras 3 microsegundos de espera dudaban de la eficacia de nuestros servicios públicos.

Un pequeño mareo me ha dejado atontada ante el despliegue de medios de nuestra capital: Anuncios prometiendo la eterna juventud si compras tal lavavajillas, miles de carriles asfaltados hasta el infinito, cables que te comunican con el cyber espacio y quien sabe si con el más allá, restaurantes que no dudan en deconstruir, reconstruir y volatilizar sabores…

En fin, todo lo que un ser humano necesita.