domingo, 23 de enero de 2011

El arte de ir bien calzado

Este título parece hacer referencia a un tratado de buenas costumbres de comienzos del siglo XX para señoritas decentes, o a un capítulo de alguna serie neoyorkina de mujeres super preparadas, reauchutadas y divinas de la muerte.
Pero no, aquí seguimos, Cunene, siglo XXI, y esta cuestión me atormenta.
Actualmente hay un 70% de humedad, 30º C (76º F) y llueve (gracias Padre por esa mini estación meteorológica que me hace sentir profesional cuando miro por la ventana). La ciudad es un barrizal absoluto con frecuentes piscinas de profundidad desconocida y variable. La recogida de basuras es inexistente, el ganado ovino, porcino, bovino y avícola (uy, casi digo pollino) pasea a sus anchas por las calles, y los ondjivanos, poco dados al pudor, desahogan sus ganas donde buenamente pueden. Conclusión: El barrizal esconde misterios que ni el Comandante Cousteau sospecharía.

Y ¿qué me pongo?
El primer impulso ante este clima es plantarse unas chanclas de plástico. Así hice yo los primeros días, oh pobre ignorante, y más alegre que unas castañuelas me fui al mercadillo.
Qué maravilla, qué colorido, esos puestos humildes con sus 4 zanahorias, la mujer que despreocupada amamanta a su hijo entre el gentío bullicioso, la joven que elabora un complicado peinado a su amiga entre risas cómplices…Y entre puesto y puesto, CHARCOS con rabos de zanahoria flotantes, pañales del bebé amamantado a la deriva, pelos de la cómplice cual algas en el mar y yo intentado sortear estos obstáculos de la forma más elegante posible para evitar llamar la atención y no parecer una pardilla europea que lucha entre su curiosidad antropológica y su hipocondría madrileña (soy esa pardilla, lo reconozco). El resultado: parecía un avestruz despavorida caminando a grandes zancadas.


Mercado de Ondjiva

Y es que las leyendas urbanas sobre lo que te puede pasar a través de un pie son tantas que uno piensa que en cuanto una uña roce algo de ese agua se le mutará cuanto menos en tentáculo verde supurante. Según cuentan hay bichos que te entran en las pequeñas heridas de los dedos, ponen sus huevos y luego te dejan el pie hecho una guardería de infantes insectiles, hay hormigas cuyas mandíbulas cortan un jamón en taquitos en un santiamén, existen gusanos que te entran por la uña y un día aparecen asomados a tu ombligo para cantar saetas a la virgen.

¿Me pongo las botas?

Calzado polivalente

Metafóricamente no (ya hemos hablado de la escasez de alimentos), y literalmente, pues sinceramente con los 30º a la sombra y una humedad que reviviría a las momias y les dejaría el cutis de la Angelina , lo de las botas da un poco de yuyu, no sea que después me encuentre con un pie asadito en su jugo.


¿Mocasine?
¿Bailarinas?
¿Alpargatas?

Estoy empezando a patentar un nuevo calzado, tipo Bota Katiuska con sistema de refrigeración, visión interior panorámica para admirar la fauna acuática de los lodazales y tracción a los 5 dedos (no sabéis lo escurridizos que son esos charcos).

Hasta que lo consiga, o en su defecto aprenda a levitar, iré en bicicleta saltando alegremente sobre los charcos y salpicando a diestro y siniestro a bebés, señoras, pollos, cerdos, y si pillo a un pardillo europeo en chanclas… ¡mejor aún!

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