lunes, 30 de mayo de 2011

Improvisando en el Delta del Okavango


Aún quitándome el polvo de la carretera tras 10 días de periplo entre 3 de los grandes ríos de África: El Okavango, el Zambeze y el Kwando, lo que nos ha llevado a recorrer parte de Namibia, Botswana y Zambia.

El primer destino de nuestro viaje era el Delta del Okavango, en Botswana.
El Okavango es conocido por poseer un delta interior, es decir, que sus aguas no llegan nunca al mar, si no que se dispersan a lo largo de varios cientos de kilómetros cuadrados para morir en el desierto del Kalahari. Esta singularidad permite que en su delta, la multitud de brazos del río formen islotes, marismas, ciénagas y un sinfín de humedales que son ecosistema perfecto para una de las faunas más variadas del mundo.

Familia feliz
Provistos de varios litros de repelente, crema solar, gorros, prismáticos, libros de fauna africana y el imprescindible GPS nos dirigimos hacia este paraíso, que según pudimos descubrir se ha convertido en refugio de turistas adinerados y deseosos de experiencias VIP.

Nosotros, ingenuos y amantes de la improvisación, de alma mochilera sin plan determinado, llegamos al Delta al atardecer y sin un lugar donde dormir.

En un arrebato de previsión relativa yo había estado ojeando antes de salir de viaje algunos sitios webs de lodge y hoteles en el Delta, lo que me había dado más de un susto ante los precios DESORBITADOS, que digo desorbitados, DESGALAXIADOS, DESUNIVERSADOS  de un humilde cuarto (no bajaban de 600$ la noche por persona). La abundancia de anuncios de este tipo me llevo a pensar que seguramente existía una oferta más asequible e informal en la zona, pero que dada la idiosincrasia africana no aparecería en la web.

La realidad es que allí estábamos, anocheciendo (en esta región de África anochece muy temprano y repentinamente, a partir de las 17h es la oscuridad total) y sin un lugar donde reposar tras más de 800km de carretera y pistas.

El todopoderoso GPS nos indicaba un Lodge en las proximidades. Decidimos arriesgar y buscarlo siguiendo fielmente la flechita del aparatejo que nos metió por varias pistas estrechas, entre plantas espinosas y familias de babuinos sorprendidos. 

Cuando aún faltaban 4km para llegar, el sendero desapareció en las aguas del Okavango. Y allí nos quedamos sin saber muy bien qué hacer junto a una furgoneta vacía con el nombre y teléfono del Lodge. Tras varias piruetas buscando cobertura conseguimos hablar con el hotel, que lamentablemente nos informó de que ese era un Lodge muy VIP y que sólo reservando en exclusiva con mucha antelación se podía disfrutar de un cuarto.

Hipo curioso
 Tendríamos que intentarlo en otro lugar.
Nuestro pequeño dios GPS indicaba un camping con bungalows a unos 40km más al sur. Decidimos que seguramente aquel sería un lugar con precios más razonables, y sin problemas de protocolo de reserva.

Una vez más nos adentramos por varias pistas que irremediablemente también se sumergieron bajo las aguas del Okavango. Esta vez por suerte había dos mokoros (canoas) abandonados en la orilla. Pero no había ni rastro de barquero, ni señales que indicaran hacía donde se debía remar, ni ningún indicativo de que aquel camping siguiera existiendo. La única alternativa era remar y alcanzar la isla de enfrente en busca de alguna señal. 

Aguerrido novio buscando camping invisible

Mi aguerrido novio se lanzó a las aguas oscuras remo en mano y me dejó en la orilla angustiada ante un inminente ataque de hipopótamo, cocodrilo o vaya usted a saber qué. Tras varias vueltas por las inquietantes aguas, tuvo que rendirse ante la ausencia de rastro hotelero. Sólo nos quedaba esperar algún tipo de milagro.



Tierna criaturilla acuática
Dicho milagro apareció en formato humano, botswanés con pintillas, para más detalles, que surgió de la nada, y casi sin que hiciera falta hablar, llamó al camping, cargó nuestras bolsas en el mokoro y nos llevó a la otra orilla. Nos dejó con nuestras maletas, y se fue, prometiendo que alguien del camping vendría a buscarnos. Debo decir que sentí algo de intranquilidad, pues de repente me vi en medio de un islote boscoso aislada, de noche y esperando no sé muy bien qué ni a quién. Un pick-up apareció dando saltos entre los árboles, conducido por una cincuentona que mal hablaba inglés y que nos hizo subir al coche sin más explicación.

Mokoro en el Okavango
En estos momentos la imaginación juega malas pasadas, y no pude evitar pensar que tal vez esta mujer era una peligrosa asesina de turistas, o que quería traficar con nuestros órganos. En fin, la llegada al camping no calmó mis temores, pues aquello era el escenario perfecto para una película de terror: Noche cerrada en un camping desierto y aislado por las aguas del Okavango, que están superpobladas de cocodrilos, bungalows con abundante fauna interior especialmente arañas y lagartos, comedor polvoriento con una decena de gatos merodeando, cortocircuitos eléctricos en los cuartos.


Afortunadamente la imaginación muchas veces se equivoca, y tras una noche de descanso amanecimos en un apacible lugar, con una encargada que era encantadora, rodeados de cantos de pájaros…


Hicimos una excursión en mokoro por el delta, lo que nos permitió ver de cerca la fauna del lugar y recorrer el río de forma silenciosa y a ras del agua, ver los hipopótamos, las aves coloridas, las gacelas que beben en las orillas…¡Un verdadero paraíso!

A ras del agua



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