Uno de nuestros
escasos entretenimientos en este lugar es pasear por la zona rural, junto a la
ciudad, para conocer mejor las costumbres y forma de vida tradicional.
Esto siempre
produce encuentros sorprendentes y situaciones un tanto surrealistas.
Ayer, en uno de
nuestros paseos, llegamos a una preciosa explanada entre imbondeiros (baobabs) donde
nos encontramos con lo que aparentemente era una escuela. Y digo aparentemente,
porque no era tan evidente como se puede imaginar, no había un cartel que
dijese nada, no había una construcción, no había un patio de recreo.
Lo único que
había eran pequeñas hileras de humildes bancos hechos con tronquitos finos, y
algo parecido a una pizarra colgada de un árbol. En otra “aula” había una techumbre de cañas que
cubría los bancos.
Restos de un
libro escolar abandonado me permitió hacerme una idea de qué se enseñaba en
aquel lugar:
“La casa de Tchumba está
sucia y descuidada. La casa de Dundú está limpia y aseada”
“ Mi casa es pequeña pero
acogedora”
Había unos
chavales correteando por el lugar y nos confirmaron que aquello en efecto era
una escuela, que aquel árbol era el aula del primer curso, el otro árbol era
del 2º curso…y así hasta 6º.
Escuela rural |
Nos mostraron sus
armas artesanales y nos contaron con detalle los diferentes usos de cada tipo
de punta:
- Esta
para conejos, para atravesar bien. Esta es para pájaros, menos profunda.
Mi chico, con su
vena comercial, intentó comprar alguna flecha, ya que en este lugar donde se ha
perdido casi toda la tradición artesanal, estas herramientas son tal vez de lo
poco que queda como muestra.
Joven cazador |
- ¿Puedes
vendernos unas flechas?
- ¿Si?
- No sé, te pregunto si tú quieres venderla, si no las necesitas, o si puedes fabricar otras.
- ¿Vale?
- ¿Si?
- No sé, te pregunto si tú quieres venderla, si no las necesitas, o si puedes fabricar otras.
- ¿Vale?
Las respuestas con preguntas nos tenían un
poco desconcertados.
Al final, acabamos yendo hacia su Kimbo
(poblado familiar de chozas) con otro chico un poco mayor.
Por un momento me sentí traficante
internacional de armas de “destrucción mínima”.
A la hora de la demostración el chico
estaba empeñado en que mi novio practicara lanzándole la flecha a nuestro
perro, para ver qué tal funcionaba el arco. Tras sopesar la sugerencia,
decidimos que lo mejor era probar contra la tierra, y en efecto, se clavó de
maravilla.
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